Un día en la vida de Sara, educadora social en 2050
Me llamo Sara, tengo 48 años y llevo más de dos décadas trabajando como educadora social en un centro de menores. Me gusta pensar que, aunque los tiempos han cambiado, la esencia de nuestro trabajo sigue siendo la misma: acompañar, cuidar y empoderar.
Hoy es un día como tantos otros… O no.
El reloj inteligente integrado en mi implante ocular me despierta a las 7:00 con una suave vibración y un resumen del día. Al instante, recibo las primeras notificaciones: la IA del centro ha detectado que uno de los chicos, Leo, lleva varios días mostrando patrones de sueño irregulares y una bajada en sus niveles de socialización. La tecnología nos ayuda a anticiparnos, pero la intervención humana sigue siendo imprescindible.
Llego al centro, un edificio eficiente energéticamente, rodeado de zonas verdes y espacios de realidad aumentada donde los menores practican habilidades para la vida diaria. La puerta me reconoce mediante biometría y me da la bienvenida. Mis compañeras y yo comenzamos la reunión diaria de equipo: revisamos los informes automatizados y compartimos observaciones. Aunque los algoritmos nos facilitan información objetiva, es en el diálogo donde encontramos las claves para actuar.
Mi primer objetivo es Leo. Decidió acompañarlo a una de las sesiones de "simulación experiencial", un recurso educativo en el que los menores exploran diferentes escenarios para trabajar la toma de decisiones. Pero antes, como siempre, prepara un desayuno tranquilo con él. Mientras untamos mantequilla en el pan, le pregunto cómo se siente, y poco a poco me cuenta que echa de menos a su hermana. La tecnología nos permite muchas cosas, pero mirar a los ojos, escuchar de verdad, sigue siendo insustituible.
El resto de la mañana lo dedicará a tutorías individualizadas ya coordinarme con otros profesionales: psicólogos, técnicos de inserción sociolaboral y familias, todos conectados a través de una red común. La interdisciplinariedad y el trabajo en equipo son pilares de nuestra labor, igual que lo eran hace 25 años, cuando empecé.
Después de comer, participe en un taller sobre gestión emocional. Los menores usan dispositivos hápticos que les ayudan a reconocer sus emociones y practicar técnicas de regulación. Pero más allá de la tecnología, está nuestra labor educativa: validar, acompañar, proponer alternativas.
Antes de terminar la jornada, elabora el informe de seguimiento personalizado, que queda registrado en la nube. Sin embargo, lo que más valoro no son los datos, sino cuando uno de los chicos me dice: "Gracias por estar". Esa es la función esencial del educador/a social, incluso en 2050.
En un mundo cada vez más digital, sigo creyendo firmemente que nuestra profesión es, sobre todo, humana.
¡Os leo en comentarios, mis vereders!
Hola Sara!!😊 Me ha encantado el relato que has realizado, creo que has relacionado muy bien el avance tecnológico con la realidad del trabajo social, ya que por mucho que la IA nos facilite la labor de educadores al final el contacto humano es imposible de reemplazarlo, creo que es algo que no podrá cambiar nunca ¿Tú crees que llegará algún día en el que no mantengamos ningún contacto humano a la hora de trabajar con usuarios?
ResponderEliminarSaludos!!🌷💗